El primer libro de madrigales de Luca Marenzio
Mucha gente sostiene que la historia está hecha a base de revoluciones, la Seconda Pratica es una de ellas y tocó de lleno a la música. La idea de reaccionar contra la tradición establecida (Prima Pratica), de retomar como modelo la cultura clásica (Grecia y Roma) y de crear una nueva manera de hacer música, alteró y agitó la última parte del siglo XVI de forma decisiva y contundente. Como consecuencia de esto floreció el concepto de Seconda Pratica, reflejo de una sociedad humanista que despegó en la última etapa del Renacimiento. Poetas, músicos, pintores, pensadores… todos se vieron imbuidos en una corriente que echaba la vista atrás para afianzar las bases de su pensamiento artístico en la cultura clásica. Tal y como lo define magníficamente Bruce Haynes “Los humanistas que inventaron la Seconda Pratica al final del s. XVI estaban participando en una ola de pensamiento que intentó cuadrar su devoción por la antigüedad confiando en sus propios poderes creativos”. Una música refinada para un público instruido en la antigüedad clásica. El virtuosísimo de la coloratura vocal y la ornamentación, redefinió la idea del “héroe” es decir del virtuoso, un músico dotado de unas capacidades muy específicas que le convertían rápidamente en objeto de deseo. El Concero delle dame di Ferrara es quizá el ejemplo que mejor lo ilustra. Este conjunto compuesto por tres de las cantantes más excelentes que jamás hubo en esa época, reflejaba hasta qué límites llegó la exigencia en esta nueva forma de cantar: Laura Peperara, Anna Guarinni y Livia d’Arco, dieron vida a la “música sereta” de Alfonso II Duque de Ferrara, unas partituras que solamente a la muerte del Duque, el mundo pudo conocer y constatar el nivel “heroico” de refinamiento vocal al que se llegó y que indudablemente ejercería una poderosa influencia en la música de Marenzio, Monteveri o Gesualdo. La Seconda Pratica alumbró como por arte de magia algo novedoso y tremendamente avanzado, que abrió las puertas a nuevas expresiones artísticas y sirvió en bandeja los fundamentos del barroco.
Luca Marenzio (1553-1599) se encuadra en esta corriente de pensamiento. Se le considera como uno de los polifonistas italianos más destacados del Renacimiento, y es que, verdaderamente el estar al servicio de familias aristocráticas como los Este, Gonzaga y Medici era decir mucho en aquella época. En 1580, el mismo año en el que Montaigne publica sus ensayos, se edita su primer libro de madrigales, en él, Marenzio manifiesta un sobresaliente nivel del uso de las texturas, de la dramatización de las disonancias, de las tesituras vocales, de la perfecta adaptación del texto, del virtuosismo controlado, todas ellas características que Marenzio elabora con una refinadísima sutilidad. Los textos de Petrarca, Tasso, Sannazaro… elevan su significado como si se tratase de un “teatro sonoro”, construyendo un mundo idílico en el que la palabra diseña cada personaje, cada idea, y la música lo conduce a través del sonido. Pocas veces en la historia, poesía y música se han combinado de forma tan perfecta. En el madrigal la música dramatiza el significado del texto y este se adapta a las inflexiones y figuras retóricas que la música le exige. El concepto “La armonía es sierva de la palabra” refleja esta especie de afortunada alianza que se establece entre ambos lenguajes. Como no podría ser de otra forma, en esta experiencia es fundamental conocer el significado del texto, de lo contrario estaríamos perdiendo la mitad del mensaje, por ello el recitar los poemas antes al menos predispone al oyente ante lo que va a acontecer, la magia comienza en el momento en el que poesía y música se dan la mano y avanzan a la par, pero de esa experiencia poco más se puede escribir porque excede considerablemente los límites de unas simples notas de texto.
Andrés Albert Gómez Rueda
Programa
primera parte: Dissi à l’amata mia; Non vidi mai dopo notturna piogga; Madonna sua mercé pur una sera; Zefiro torna, e’l bel tempo rimena/Ma per me, lasso, tornano i più gravi
segunda parte: Hor vedi, Amor, che giovinetta donna; Menando un giorno; I lieti amanti e le fanciulle tenere; Vedi le balli e i campi che si smaltano; Vezzosi augelli in fra le verdi fronde
tercera parte: Chi vuol udir i miei sospiri in rime; Ahi dispietata morte, ahi crudel vita; Veggo dolce mio bene; Tutto ‘l dì piango e poi la notte/Lasso! che pur dal’un a l’altro sole.